lunes, 17 de diciembre de 2012

Sin alma (soulless)


Los rayos del sol matutino entran atravesando las ventanas del salón, los pupitres dispuestos en filas están vacíos excepto uno, frente a la mesa del profesor, donde una joven de 17 años permanece sentada mirando fijamente un punto inexistente en algún lugar perdido de su mente. La brisa helada que se cuela al interior, moviendo sus negros y lisos cabellos de forma ondeante, acariciando la suave piel de su rostro inexpresivo, en el cual ni un ápice de maquillaje se avista, así como tampoco se puede distinguir la más mínima línea de expresión que indicase ella está viva.
Cada mañana era idéntica desde hacía 6 años. María llegaba media hora antes del inicio de clases e ingresaba al salón, se sentaba en su banco y se mantenía inmóvil hasta la llegada de sus compañeros; hoy no es la excepción, continúa con aquel ritual, en donde el único testimonio de su presencia es la débil respiración que escapa por entre sus labios, gruesos y magullados por tanto mordérselos.

El reloj marca la hora de inicio de clases, la campana suena y sus compañeros ingresan estrepitosamente al aula, el barbullo general saca a la chica de su trance y una brillante sonrisa se dibuja en su rostro, dejando entrever unos dientes blancos como su blusa. A pesar de este cambio de actitud su presencia sigue siendo ajena a los demás, ella lo sabe mas no le molesta pues toda su vida ha sido así, y en cierta manera lo disfruta, le agrada estar rodeada de gente pero no estar con la gente. Las clases transcurren, los minutos vuelan pero ella se mantiene inmutable en su rincón, esperando no ser notada, como cada día implora internamente.
A la una la campana anuncia la hora de almorzar, poco a poco el salón se vacía, queda rezagada María, quien lentamente guarda sus cuadernos dentro del bolso, se deshace del chaleco escarlata propio de la institución y acomoda su falda azul marino, se cuelga el bolso al hombro para abandonar a continuación el recinto. Se dirige a su casa para comer y luego en la tarde volver al colegio, en un proceso casi automático esquiva a los demás estudiantes y atraviesa el hall de entrada, camina a través de las calles de la ciudad con los ojos fijos y fríos, de los cuales la luz había escapado de nuevo y en donde sólo era posible distinguir, para quienes la viesen de cerca, angustia. 
Por la tarde las cosas no son diferentes. Su presencia en la sala es sólo corporal, es como un autómata. Alguien de quien fueron arrancadas toda su voluntad de vivir y también la de hacer algo por remediar la situación, dejando una muchacha sin vitalidad, o como ella solía decir un ser sin alma.
De vuelta en casa, relee sus cuadernos y libros, pues siente el deber de estudiar, no tiene claro el porqué, no obstante dejó hace mucho de interesarse en una respuesta así como en obtener una recompensa por hacerlo. Al terminar, organiza lo que necesitará el día siguiente.
Todos los días es igual susurra, al cerrar el bolso.
En el comedor, cuando disponía la mesa para la once, ve una fotografía de su primer día de clases. Si bien su apariencia no había cambiado más de lo normal para su edad, su mundo interno había sufrido un vuelco en el tiempo, pues aquella niña alegre cuyos ojos vibraban de vida sin duda sufrió una radical transformación, hasta lo que ahora acusa su reflejo.
Me gustaría saber que fue lo que pasó para que llegaras a esto... le dice a la imagen —Se que no sucedió de un día a otro,... pero no recuerdo el punto donde la alegría se tornó en angustiaalza su mano palpando con torpeza su cuello ¿Cuándo te convertiste en mi?
Silencio y nada más obtiene como respuesta, pero es irrelevante pues ya no hay manera de impedir que esa niña sea hoy María.